Estimados alcaldes que la voluntad popular os puso en la responsabilidad de gobernar, de dirigir y hasta de facilitar la vida de quienes depositaron su confianza en ustedes.
Desde la insolencia que provocan las vacuas palabras con las que frecuentemente nos regalan en sus discursos recogidas desde el pozo de la senilidad moral, nacen estas palabras, y ellas se llevan sentimientos airados y alterados. Y dicto sofisma dormido en la perorata inútil que pregonan y les digo queridos señores alcaldes, ustedes que con el pueblo juegan, a quienes defienden y humillan en equilibrada intención y consciencia, regálenme sus melifluos discursos, engáñenme por favor con mundos soñados, con realidades inventadas, concédanme por mis atenciones prestadas e incluso obediencia, algún regalo asfaltado o acristalado con el que falsear la identidad de los pueblos que dirigen, y la mía y mis sentimientos torturados en ejercicios de autoconvencimiento y concédanme, si es de naturaleza generosa sus voluntades, el privilegio de disfrutar de un cielo alucinógeno de fulgores metalizados, y sea entonces cuando mis rezos, dirigidos al cielo, encuentren entretenimiento en la espera de un Dios que no los escucha, ensordecidos por endemoniadas máquinas al servicio muy particular y privativo de semidioses en conductas permanentes de sedición.
No se queden obnubilados por ese cántaro viajero de riquezas virtuales que creyendo ustedes avanzar hacia formas superiores de progreso civil en sus pueblos, conquistado el derecho a votar, nos condenan con un obligado retroceso al antiguo vasallaje pon negación insidiosa del derecho a vivir. Desgraciadamente hacen cumplir la predicción de Laveleye “El porvenir de las modernas democracias es el mismo que el de las antiguas: ir ganando a los hombres cada día más derechos hacia el voto y perdiendo cada día más derechos. Y es el dogma empeñado este que vienen a practicar, convencidos como están que la libertad no viene por el camino del voto libremente meditado sin antes pasar por la libertad económica. No se esfuercen por favor en actuar a través de imposiciones cuando no encuentran ideas que satisfagan las necesidades de la población a la que representan. Cuando sólo tienen el camino de la imposición, de la fuerza, hacen que sea esta la única justicia, equivocando una vez más que la justicia debe ser la única fuerza.
Y permítanme citar este principio “cuando por no haber pensamientos libres para trabajar por cuenta propia, tiene uno que asalariarse para trabajar por cuenta ajena, darle el sufragio, o el encomio de su aquiescencia, no es más que aumentar la influencia del que sobre él ejerce el mero y mixto imperio. Apártense de los grandes poderes económicos que fingen inspirarse en un público interés, manchando y ocultando bajo la alfombra de la privatización, el privilegio únicamente de unos pocos. Y cito a Walter Ratheau que bien los viene a definir “trescientos individuos sin representación oficial, ni investidura legal, que se conocen y ayudan mutuamente, vienen jugando impunemente con nuestro porvenir. Si les conviene invertir, invertirán su dinero en negocios, o en sacar provecho económico también del sufrimiento de un pueblo si diera el caso.”
Desde la insolencia que provocan las vacuas palabras con las que frecuentemente nos regalan en sus discursos recogidas desde el pozo de la senilidad moral, nacen estas palabras, y ellas se llevan sentimientos airados y alterados. Y dicto sofisma dormido en la perorata inútil que pregonan y les digo queridos señores alcaldes, ustedes que con el pueblo juegan, a quienes defienden y humillan en equilibrada intención y consciencia, regálenme sus melifluos discursos, engáñenme por favor con mundos soñados, con realidades inventadas, concédanme por mis atenciones prestadas e incluso obediencia, algún regalo asfaltado o acristalado con el que falsear la identidad de los pueblos que dirigen, y la mía y mis sentimientos torturados en ejercicios de autoconvencimiento y concédanme, si es de naturaleza generosa sus voluntades, el privilegio de disfrutar de un cielo alucinógeno de fulgores metalizados, y sea entonces cuando mis rezos, dirigidos al cielo, encuentren entretenimiento en la espera de un Dios que no los escucha, ensordecidos por endemoniadas máquinas al servicio muy particular y privativo de semidioses en conductas permanentes de sedición.
No se queden obnubilados por ese cántaro viajero de riquezas virtuales que creyendo ustedes avanzar hacia formas superiores de progreso civil en sus pueblos, conquistado el derecho a votar, nos condenan con un obligado retroceso al antiguo vasallaje pon negación insidiosa del derecho a vivir. Desgraciadamente hacen cumplir la predicción de Laveleye “El porvenir de las modernas democracias es el mismo que el de las antiguas: ir ganando a los hombres cada día más derechos hacia el voto y perdiendo cada día más derechos. Y es el dogma empeñado este que vienen a practicar, convencidos como están que la libertad no viene por el camino del voto libremente meditado sin antes pasar por la libertad económica. No se esfuercen por favor en actuar a través de imposiciones cuando no encuentran ideas que satisfagan las necesidades de la población a la que representan. Cuando sólo tienen el camino de la imposición, de la fuerza, hacen que sea esta la única justicia, equivocando una vez más que la justicia debe ser la única fuerza.
Y permítanme citar este principio “cuando por no haber pensamientos libres para trabajar por cuenta propia, tiene uno que asalariarse para trabajar por cuenta ajena, darle el sufragio, o el encomio de su aquiescencia, no es más que aumentar la influencia del que sobre él ejerce el mero y mixto imperio. Apártense de los grandes poderes económicos que fingen inspirarse en un público interés, manchando y ocultando bajo la alfombra de la privatización, el privilegio únicamente de unos pocos. Y cito a Walter Ratheau que bien los viene a definir “trescientos individuos sin representación oficial, ni investidura legal, que se conocen y ayudan mutuamente, vienen jugando impunemente con nuestro porvenir. Si les conviene invertir, invertirán su dinero en negocios, o en sacar provecho económico también del sufrimiento de un pueblo si diera el caso.”
El embegido dezidor.
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