miércoles, 22 de julio de 2009

¿LA CREACIÓN DE UN SÓLO PUESTO DE TRABAJO JUSTIFICARÍA UN AEROPUERTO?

Esta ha sido, es y será una frase elocuente, de escasa meditación, y aunque parece ser muy recurrida y divulgada no bastaría, o no debería bastar para acreditar un hecho cuya justificación es más que cuestionable.
Atendiendo a este mismo razonamiento, que expongo en el encabezamiento de este escrito, estaríamos de acuerdo o cuando menos justificaríamos lo siguiente:
- Un aumento de la delincuencia y vandalismo porque con ello se crearían nuevas plazas para aumentar las dotaciones de policías, creando trabajo indirectamente a fabricantes de coches y motos, cascos y uniformes. Los juzgados se masificarían creándose nuevos plazas de jueces, además del personal que directamente e indirectamente trabajan para ellos.
- Arrojar todo tipo de basuras. Obligaría a aumentar la dotación humana de limpieza creándose nuevos puestos de trabajo y el consiguiente aumento de empleos indirectos, vehículos, uniformes, etc...
- Nuevos polígonos industriales. Aumentar el tejido industrial, sin informes ni exigencias medioambientales, aunque la casa se nos llene de humos, porque estas nuevas empresas darán trabajo.
- Creación de locales de ocio en cualquier lugar, aunque el ruido no nos permitiese dormir, deberíamos pensar que se está dando trabajo y eso debería ser suficiente. Cualquier molestia producida por esta actividad la resolveríamos desde nuestro hogar porque además, también damos trabajo.
- Y un sin fin de probabilidades, que siendo perjudiciales para la población, generarían numerosos puestos de trabajo.

Pero ahora yo formulo la siguiente pregunta: ¿el perjuicio a una sola persona, enfermedades, patologías, etc..., consecuencias directa o indirectamente por la implantación y desarrollo de determinada actividad se justificaría por la creación de un puesto de trabajo?
Es hora de parar este tipo de justificaciones que no son más que fruto de nuestra pasiva complacencia, acostumbrados a un mundo en el que reina la idea del todo está hecho, manteniéndonos alejados y cómodamente pertrechados en esa trinchera del conformismo con ese inefable eslogan -¡A mí que me lo den! Nada queda ya por realizar que pueda mejorar nuestra existencia humana-. Se pierde la esperanza en el poder de la unión y la palabra, germinando una fe en Esperanza que ocupada y preocupada en auto-regenerarse fomenta la creencia en su persona como salvadora de nuestras desdichas, y sus glebas envenenadas son acogidas como regalos de un cielo que más bien parece darnos la espalda diciéndonos - ¡ahí tenéis lo que os merecéis!
Cada actividad, sea de la índole que sea, así como a los locales de ocio se les aleja de los núcleos urbanos por los problemas colaterales que ocasionan, no debe nunca emerger en perjuicio de aquellos vecinos u habitantes ajenos a esa nueva industria, negocio etc. Es por ello que resulta vacuo aducir las justificaciones de los futuros puestos de trabajo que serán muchos, pero que el aeropuerto, que es privado, puede situarse en otro lugar menos perjudicial para los habitantes de los municipios cercanos y más beneficioso para zonas económicamente devaluadas, generándose, sin duda alguna, la misma cantidad de puestos de trabajo, ¿por qué no nos preguntamos si es que no hay otros lugares más aconsejables dónde implantar el aeropuerto? ¿Por qué aquí y no en otro lugar? ¿Qué estudios han llegado a esa conclusión? ¿Y hay alternativas? Sería, sin lugar a dudas más productivo y desde luego más efectivo pedir información o sumándose a aquellos que llevan años solicitándola y más cuando, en Navalcarnero, ha crecido ajeno a dicha infraestructura, aunque ya hubo posibilidades de instalarlas por los años 78.
Hay un principio fundamental que es el derecho a la vida y otro que no sé en qué forma viene escrito en los libros que es el derecho a vivir. Teniendo perfectamente asumido el primero, debo reclamar el segundo, que es primordial y principio inexorable para la convivencia. No es lo mismo habitar por voluntad propia en ciudades cuyo aeropuerto decide fronteras, que ya formaba parte de la decoración urbana y que yo libremente he escogido, asumiendo y tal vez convencido de todos aquellos beneficios y despropósitos que esta infraestructura conlleva, y otra muy distinta, haber escogido una localidad dónde este no existía y que desde luego no podía imaginar que dicho “negocio” se convirtiera ahora en elemento urbano de tortura humana”.
Dante relata que el ruido era un invento del demonio y que algunos condenados al infierno eran sometidos a la tortura de un ruido sin fin como castigo de sus culpas.
De cualquier modo, se han constatado numerosos efectos del ruido sobre la salud, que van desde la pérdida progresiva de audición hasta alteraciones de la presión arterial, del ritmo cardíaco y de los niveles de segregación endocrina, insomnio, cefaleas crónicas, reducción de la capacidad sexual. Así mismo, el ruido aumenta en un 20% la posibilidad de sufrir infartos e incide sobre los estados de estrés e irritabilidad, que afectan negativamente a la capacidad de concentración y aprendizaje, especialmente a los niños, a la productividad, a la siniestralidad laboral y a los accidentes de tráfico.
Decía Ortega “vivir es sentirse fundamentalmente forzado a ejercitar la libertad, a decidir lo que vamos a ser en este mundo.

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