miércoles, 6 de marzo de 2013

España: un capricho, "su" capricho.


Observando a gran parte de nuestra clase política y a quienes les circundan, no es difícil comprobar de qué manera la niñez les sigue acompañando; de qué forma tan insistente el egoísmo y los caprichos van marcando una agenda que va dejando de ser política para ser más personal.

La indeleble conciencia va dejando un rastro con los años, una huella invisible en el exterior pero que puede ser terriblemente devastadora en el interior hasta hacer caer edificios que en poco tiempo parecían indestructibles. No es posible liberarse de ella por mucho que se la niegue, por mucho que nuestros políticos, – algunos de ellos – se constituyan en una nueva especie de superhombre, a la más pura filosofía nietzscheana. Esto, que en un principio no es grave, lo es cuando en sus manos se encuentra el destino de miles de ciudadanos.

Nos hacemos mayores, los sofás de los despachos, como la vida, no son para siempre, y aquí radica la incomprensible incomprensión de esta vida que no les permite – en base a su excelencia – permanecer más allá de sus deseos, de sus caprichos de perpetuación en el puesto, en el sofá. Lástima que también la vida tenga sus caprichos, y al final, aunque el ataúd sea de oro, todos iguales.

Me da miedo preguntarles por su presente, no está siendo tranquilo, de ello estoy seguro. Ha dejado de sonar esa armoniosa sinfonía, innegablemente bella, que sólo escuchaban en sus oídos compuesta para ensalzar no sólo el espíritu, sino la mente de esa horda de acreedores de la sabiduría y del poder que como un capricho más, quieren controlar la voluntad de los demás. Desafina; es la conciencia que se agita como un taladro que martillea su presente. No es fácil tener que escoger entre el ego y la conciencia, entre la servidumbre y la conciencia, y aún es peor cuando la conciencia se revuelve atormentada, fustigada por el diablo ante el llanto, la impotencia y la desesperación de cientos de familias cuyo futuro se ha visto cercenado por un capricho. Y es que crecer no nos libera de los caprichos; el país no puede ser reducido ni conducido como un pequeño juguete, no puede ser un capricho más con el que entretener su ocio y negocio, o con el que rellenar su aburrimiento.

Puede que para nuestra clase política, – no toda – la conciencia sea un chip integrado en una sub-especie humana que tras un breve sueño de progreso se les ha vuelto a condenar al mismo lugar del que nunca debieron salir. Pero, ¿de qué otro modo se podrían mantener sus salarios y el mantenimiento de sus asientos? Lo primero es lo primero y ante todo hay que mirar por uno mismo. Este es el principio básico de sus líneas de actuación.

Nuestra clase política – y no quiero generalizar – en cuestión de caprichos son incansables, aeropuertos, plazas de toros, ornamentaciones varias y muy variadas, así como otros lujos... Sé muy bien que no es bueno dejar ese capricho en el tintero, tarde o temprano reaparece con más fuerza hasta poder llegar a ser una enfermedad, una obsesión. Por eso no me sorprende su obstinación por el aeropuerto de Navalcarnero. Ellos, a diferencia de gran parte de la población, no tienen que recurrir a representar una “pataleta” para conseguirlo, les basta con dar unas cuantas patadas. Es muy difícil, con estas facilidades, renunciar a un capricho, lo entiendo. Son los verdaderos privilegiados. No deben ser tan modestos. A diferencia, nosotros, el común, a duras penas mantiene su trabajo con un salario cada vez más precario y con un futuro cada vez más incierto; siempre dependientes de sus caprichosas decisiones. Caprichos... y para una gran masa de la población los caprichos se han convertido en un sueño onírico, en un deseo que está por encima de sus posibilidades.

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