miércoles, 20 de junio de 2012

NO SOY SEGUIDOR DE "LA ROJA".


¿Español?
¡Qué difícil es sentirse español, o por lo menos español de España! Dicen que cuando la misera asola surgen los sentimientos más patriotas, y debemos estar en esa tesitura. Hoy, el fútbol, “la roja”, une y se convierte en la exaltación máxima de ese fervor nacional, posiblemente el único fervor nacional, el que une a más españoles después de la falta de recursos económicos que está uniendo en el dolor a millones de españoles integrantes o en puertas de hacerlo, de ese indeseado otro equipo nacional que es la pobreza y que no cobrará por ser campeón de Europa. Una “roja” que se encuentra muy lejos de ser un elemento de unión más poderoso que los únicos y ya tradicionales que han sido comunes en todos los territorios de este Estado: la inquisición y la guardia civil. Perdonenme por no ser seguidor de “la roja”, tampoco soy aficionado al fútbol, pero considero que cuando una nación, como así la llaman, muestra su fervor nacional únicamente con el fútbol o todo lo más con algunos deportes, es que queda muy poco de nación.

Un fervor nacional que muestra sus señas de identidad yendo a las tiendas de todo a un euro para exponerlas en balcones y ventanas, que aquí nadie sospeche que uno es menos español que otro. –¡Qué suerte tienen los “chollo chinos”que están vendiendo a espuertas banderas de España! – ¿De España? – me pregunto. No. No son de España, o por lo menos de esta España porque otra todavía no conozco. Y lo digo porque en muchos de los casos, esas banderas bien podrían pertenecer a un nuevo invento de país todavía sin bautizar. En algunas de esas enseñas las cadenas de Navarra son sustituidas por líneas negras y rojas. La casa real pierde en el escusón sus símbolos tras lo que parecen las tres cruces del monte del calvario (tal vez en esto tengan razón “los chinos”). El reino de León aparece de color rojo cuando le corresponde el púrpura, linguado y uñado. A Castilla, su castillo no es aclarado de azur o azul, a veces ni siquiera con el fondo rojo y a Aragón, cuando no le cambian de color sus palos, le cambian su número. ¿Se trata por tanto de la enseña de España o es que ese fervor nacional más se parece a la España de pandereta que muestra sin pudor desde las ventanas su propia ignorancia sin saber que la llevan puesta? ¿Es pues esto el orgullo de una nación? Si la educación en este país sigue por estos derroteros, y me estoy refiriendo a esos recortes impúdicos, terminaremos, ya estamos en camino, por no saber lo que somos, ni de dónde venimos.

Y qué decir de aquellos que no saben dónde se encuentra el frontal de la bandera y colocan la bandera al revés. Me pregunto qué sentirán todos aquellos que practican un nacionalismo español tan pulido de conocimientos como la superficie de un balón al ver cómo la bandera de su país se muestra dando la espalda a su propio país. ¡Qué mala educación!

Cuánto debemos agradecer a quien se le ocurrió colocar el escudo más cercano a la izquierda de la bandera (vista de frente), porque nunca se imaginó cuánto ha ayudado y ayudará a las generaciones venideras a mostrar la bandera correctamente.

jueves, 14 de junio de 2012

CASTILLA NO PUEDE QUEDARSE DORMIDA.

Castilla no puede quedarse dormida, otra vez no. La crisis ha sido la llave que ha abierto el baúl de los imposibles. La crisis ha roto el poético silencio de Castilla y ha hecho renacer tímidamente el debate postrado y olvidado desde la fatídica fecha cuya unión histórica quedó fragmentada en cinco comunidades.
Castilla por fin habla de nuevo, como hizo con Delibes. porque es una obligación histórica sacar a la luz lo que fue y lo que debe ser. En definitiva, Castilla, ha encontrado, a través de varios artículos en periódicos digitales, un pequeño sendero para recuperar su integridad y su identidad.

La crisis ha llamado al ahorro y juntos, como dos súper héroes de tebeos, han aterrizado en este mordagal de Estado empecinado en practicar un suicidio colectivo para encontrar sentido común en su devenir que solamente parece faltar en quienes juegan a erigirse en dueños y señores de un Estadol. Políticos de poca talla o ninguna altura que nos han conducido a este tolladar de miserias que espolean desde sus bolsillos, incluso por encima de la Constitución.

Crisis y ahorro, cantos de sirena que han puesto un grito descorazonador en el cielo, son al mismo tiempo un canto de esperanza para Castilla. Su unión, la de toda Castilla, si llegase a producirse, dibujaría un nuevo horizonte, desde luego mucho más alentador y prometedor. Un nuevo comienzo que inexorablemente supondría la destrucción de unas estructuras de Estado agotadas y corruptas.

El debate ha nacido, y como castellanos no podemos ni debemos renunciar a él. Castilla, la Castilla a secas, esa única Castilla supone para el Estado un gran ahorro, un enorme ahorro. Son cada vez más las voces que no desestiman, porque no lo dudan, que esta unión de comunidades, todas ellas castellanas, serían beneficiosas para el conjunto del Estado.

Ante este presente, aquellos que hemos defendido la unión de las comunidades castellanas, aquellos que nos hemos empeñado en criticar una y otra vez la disgregación y la casi desintegración de la nacionalidad histórica castellana, que hemos predicado en el desierto y que en muchas ocasiones se nos ha asociado al terrorismo, ahora en base a la palabra ahorro, y por tanto tras el beneficio económico que conlleva, estamos en la obligación de elaborar un discurso que cale como un aguamarina en las conciencias castellanas y por supuesto también en la de los demás territorios del Estado. Castilla, y debemos ser conscientes de ello, ha dejado de ser un delirio onírico o una propuesta descabellada simplemente dejándose acariciar por las palabras de moda: crisis y ahorro.

La unión de las comunidades castellanas no será sencilla ni gratuita. En el camino muchos terrenos yermos tendrán que ser convertidos en fértiles, pero si Castilla pagó un alto precio por construir España, es justo que exija la devolución, con los intereses, de cuanto ofreció y de cuánto le robaron. El precio será alto, nadie lo duda, pero por una vez este precio no recaerá sobre los ya debilitados bolsillos de la ciudadanía, de las clases sociales más desfavorecidas, clases sociales cuyo poder económico desciende como un niño en un tobogán. Este alto precio lo pagarán, porque es de justicia, la misma clase política que nos ha condenado a esta crisis. Castilla les exigirá, si no la devolución de cuánto se han llevado porque la política y justicia de este Estado les protege, al menos sí pagarán con su destierro, y será su obligada ausencia, porque Castilla ni los quiere ni los necesita, la que saneará en gran medida sus arcas, ahora sí, cien por cien castellanas.

Castilla, empezará con justicia, y la justicia es garantía de progreso, de igualdad, de conciliación. De la falta de ello, tenemos bastantes ejemplos en España. Nuevas formaciones políticas y nuevos políticos deberán dotar a Castilla de las herramientas necesarias para ser, en principio y por principio una Comunidad fuerte, para ir construyendo su nacionalidad y en un futuro... un país independiente.